
Así se despedían esta mañana un grupo de pequeñitos, de cinco años, en su fiesta de graduación. Una fiesta en la que he tenido la inmensa suerte de poder participar, y formar parte de un evento que tanto ha significado para mi hijo.
Obviamente, no publico su foto, porque es un menor, pero si me gustaría contaros como su carita rebosaba felicidad, porque hoy se sentía un niño muy importante y feliz.
Como no podía ser de otra forma, cantaron una canción, con pompones en la mano, sobre todos los colores. A él le tocaba decir la frase "gris la lluvia cuando va a llover", pero su cara distaba mucho de ser gris, irradiaba alegría y emoción.
Posteriormente tenía que decir en pocas palabras, lo que había aprendido a lo largo de sus tres años en Educación Infantil, y como un manojo de nervios, y previo suspiro, recitó con claridad: "he aprendido canciones, poesías casi mil, adivinanzas y números, a jugar y a reír". Nunca me he sentido más orgullosa de algo, ni tan feliz. Era mi hijo, mi chiquitín, que hace tres años, lloraba a mares cada vez que tenía que entrar en el colegio, porque quería que su madre entrara con él. Aquel casi bebé, que de pronto, creció y hoy le decía cantando a su tutora "Adiós, ya somos mayores".
El acontecimiento fue emotivo, no podía ser de otra manera, pero tuve el gusto de sorprender a su profesora dedicándole unas palabras en nombre de las madres de sus alumnos. Palabras que tuve el honor de escribir, y de recitar a pesar de los nervios, pues parecía yo la que se graduaba. Quería hacerlo bien, porque, si bien mi hijo, hoy deseaba que me sintiera orgullosa de él, yo esperaba lo mismo. Pues él fue el primer sorprendido de ver que su madre, de repente, irrumpía en el escenario y se ponía a hablar.
Su profesora, a la que sin duda echaremos de menos, se emocionó y, en ese momento, todas nos sentimos orgullosas de haberla conocido, y haberla tenido como maestra. Es un ser especial, sin duda, que ha trabajado duramente, pues nuestro grupo no ha sido nada fácil de llevar.
Mi hijo parecía un adulto, con ese birrete, y aquella banda con el emblema de su colegio. Estaba orgulloso porque había reunido en su honor a sus cuatro abuelos y a una tía postiza, que es como una segunda madre para mí. El tiempo pasa pronto, y hoy me he dado cuenta de que estos tres años han pasado a la velocidad de la luz. Que mi niño se hace mayorcito y que, dentro de nada será quién me diga: "Mamá, ya soy mayor."