12 de febrero de 2010

Un Mes Sin Tabaco


Un mes sin fumar. ¡Caray! ¡Cómo pasan los días, casi no puedo creerlo!
Me siento bien, me siento feliz de saber que no necesito el tabaco para vivir.
Tengo mi última cajetilla, mediada, en una estantería de mi cocina. Está ahí desde hace un mes. ¿Para qué? para sentirme más fuerte. A veces, cuando estoy en la cocina, que casi vivo allí, y me entran ganas de fumar, miro la cajetilla y me digo: "¿Te apetece coger uno?. Sí. ¿Lo vas a hacer? No. Y ¿por qué no?. Porque me mata."
Puedo pareceros tonta, o incluso os podrá parecer infantil, pero , esa negación me hace sentirme más fuerte y así voy hilando un día con otro, sin fumar, aunque cogiendo algún que otro quilito jajaja.

Estos últimos días, que mis hijos han estado enfermos, de hecho el pequeño aún sigue, al terminar el día, de repente, me doy cuenta: "Caramba, hoy no me he acordado del tabaco en todo el día, ni una sola apetencia". Y no os hacéis una idea de lo bien que me siento.

No os voy a negar que, de vez en cuando, tengo apetencias, sobre todo cuando una situación me pone especialmente nerviosa o tengo una preocupación importante. Pero me doy cuenta de que si consigo salir de ello sin fumar, el resto de los días el camino será aún más llevadero. Digamos que es una forma de autoconvencimiento, pero me funciona. Claro que cuando se dan estas situaciones pienso: "venga, sólo uno", pero luego me digo : "tú sabes que no será así, así que no lo hagas" o bien, sigo un consejo de una gran guía ,Geja, y me paro a respirar hondo cinco minutos hasta que la gana se me pase y, rápidamente, procuro ocuparme con algo y, con eso, termina mi ansiedad. Es increíble lo que la mente humana puede hacer y como podemos convencernos a nosotros mismos de las cosas, cuando ponemos interés real.

Y desde mi rincón quiero agradecer a Geja su apoyo, porque, sin conocerme de nada está interesándose por cómo me encuentro y es un apoyo constante. Gracias a Angelosa por tu interés y por haberme llevado hasta ella. Y como no, gracias a mis chicas de siempre: Afri, Ion, Menchu, Geli. Gracias por estar siempre ahí, sobre todo en los malos momentos. Gracias de corazón. En verdad no sabéis cuánto significáis para mí.

Un beso a todos.

5 de febrero de 2010

Sueños de Semilla



En el silencio de mi reflexión, percibo todo mi mundo interno, como si fuera una semilla, de alguna manera pequeña e insignificante, pero también pletórica de potencialidades.


...Y veo, en sus entrañas, el germen de un árbol magnífico, el árbol de mi propia vida en proceso de desarrollo.



En su pequeñez, cada semilla contiene el espíritu del árbol que será después. Cada semilla sabe cómo transformarse en árbol, cayendo en tierra fértil, absorbiendo los jugos que la alimentan, expandiendo las ramas y el follaje, llenándose de flores y frutos, para poder dar lo que tienen que dar.


Cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol. Y tantas son las semillas, como son los sueños secretos.


Dentro de nosotros, innumerables sueños esperan el tiempo de germinar, echar raíces y darse a luz, morir como semillas... para convertirse en árboles.


Arboles magníficos y orgullosos que, a su vez, nos digan, en su solidez, que oigamos nuestra voz interior, que escuchemos las sabiduría de nuestros sueños de semilla.


Ellos, los sueños, indican el camino con símbolos y señales de toda clase, en cada hecho, en cada momento, entre las cosas y entre las personas, en los dolores y en los placeres, en los triunfos y en los fracasos. Lo soñado nos enseña, dormidos o despiertos, a vernos, a escucharnos, a darnos cuenta.


Nos muestra el rumbo en presentimientos huidizos o en relámpagos de lucidez cegadora.


Y, así, crecemos, nos desarrollamos, evolucionamos...y, un día, mientras transitamos este eterno presente que llamamos vida, las semillas de nuestros sueños se transformarán en árboles, y desplegarán sus ramas, que, como alas gigantescas, cruzarán el cielo, uniendo en un solo trazo nuestro pasado y nuestro futuro.


Nada hay que temer, una sabiduría interior las acompaña, porque cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol.
Cuento de Jorge Bucay